lunes, 21 de diciembre de 2015

Después de la lluvia, tal vez...

Me secaba las lágrimas y me besaba el cuello; me recorrían una y otra vez sus ojos, arriba y abajo; así me desnudaba, único, abandonando el uso de las manos. 
Por quitar me quitaba hasta la respiración para después descubrir, también él, su alma. 
Lo abrazaba fuerte, le contaba el por qué de mis lloros y él me miraba de nuevo, me recorría y después me acercaba hacia si haciendo que me sintiera suya pero dueña de mi al mismo tiempo. Me abrazaba y, conectados, solo nos sentíamos el uno al otro. 
Hablaba tan bajo que parecía no querer decir nada concreto, solo hacer notar su voz y, muchas veces, sus palabras quedaban inconclusas cuando él se cansaba de no poder evitar interrumpirlas con suspiros. 
Acercaba su cara a la mía y, sollozando o no, gemía, y él respiraba mi dolor haciéndolo suyo para que yo me sintiese bien, o al menos sosegada. 
Entonces aquel sentimiento que hubo sido mio resbalaba por esos ojos seguros que antes me habían examinado y le bañaba el rostro mojando descaradamente su mentón de terciopelo, resbalando. 
Y entonces yo, haciéndole saber, le besaba las lágrimas y le secaba el cuello.



No hay comentarios:

Publicar un comentario